El pasado martes 7 de noviembre, en la Sala de Juntas del Ateneo, que siempre invita al diálogo por su disposición, se reunió un grupo de personas de diversas edades como amigos de la filosofía. Amigos que inauguraban el primer curso de la Escuela de Filosofía del Ateneo.
“Introducción a la filosofía” es el nombre que recibe este primer curso, dirigido e impartido por el director de la Escuela, el Dr. Antonio Lastra, un curso que nos conduce precisamente a las entrañas mismas de la filosofía, o dicho de otro modo, a la filosofía como modo de vida.
La palabra Escuela procede del término griego σχολή (esjolé). Los romanos la tradujeron al latín por otium, es decir, ocio. Para los griegos esjolé significaba ocio, el tiempo libre para aprender. Cuando el ser humano ha satisfecho sus necesidades vitales dispone de tiempo para las enseñanzas. Así es como la esjolé se convirtió en escuela. Esta fue la primera lección que el profesor Lastra nos ofreció. La pretensión de esta Escuela no es más que la vieja pretensión griega de disponer de tiempo para pensar, para aprender, para filosofar.
El diálogo, quizás la forma más idónea que la filosofía tiene para presentarse, tomó el protagonismo en esta primera sesión. El diálogo permite, a la manera socrática, que la filosofía se vaya haciendo. La conversación tuvo como horizonte la cuestión primordial que toda escuela de filosofía debe plantearse, qué es la filosofía y quién es el filósofo.
La primera tarea es filológica. La palabra filosofía, que nunca ha sido traducida, la tomamos directamente del griego, de dos palabras griegas, φιλíα (amistad) y σοφία (sabiduría). El filósofo es amigo de la sabiduría. El hecho de que la palabra filosofía no se haya traducido es un síntoma de extrañeza. Realmente no sabemos qué decimos con la palabra filosofía ni cuál era la actividad del filósofo griego. Esto es lo que primeramente nos causa perplejidad. Y a la primera perplejidad le sigue la siguiente: la filosofía, por tanto, nos es extraña, es una indigestión, como Nietzsche y el historiador de la filosofía Rémi Brague sostienen. Aunque no podemos prescindir de ella, somos incapaces de digerirla.
Pero al problema de la extrañeza de la filosofía, entre otras razones extraña porque está fuera de todo tiempo, se suma el problema de la transmisión de la filosofía. Cuando Cicerón se encontró con esta palabra no logró traducirla y usó el concepto de cultura para referirse a la filosofía. La cultura era el cultivo del alma, esto es, la manera de aprender y entender la filosofía para los romanos.
Para entender qué sucede con la filosofía hay que seguir andando los caminos de la historia. Es entonces cuando nos encontramos con la Edad Media. Es imprescindible entender la tensión que existe en esta época entre filosofía e iglesia. Tanto el cristianismo como el judaísmo eran pueblos que no necesitaban de la filosofía, pues ya tenían el Evangelio y la Ley de Dios respectivamente. Pero en el siglo XIII el filósofo Tomás de Aquino defendió la inclusión de la filosofía en las enseñanzas oficiales del mundo cristiano. Para Aquino la teología debía someterse al tribunal de la filosofía.
Toda Escuela de Filosofía empieza con un acontecimiento significativo, con la condena a muerte de Sócrates por la Atenas de Pericles, o, lo que es lo mismo, por la expulsión que los romanos llevaban a cabo cada cierto tiempo de los filósofos de su ciudad. La filosofía nos es extraña y en su extrañeza o indigestión reside su peligrosidad para la ciudad. Es un elemento extraño que no conseguimos digerir, que no logramos comprender y tratamos de expulsarlo. Pero necesitamos de la filosofía.
Como colofón de nuestra sesión leímos y comentamos un breve pasaje de un diálogo platónico, el Menón. Menón es un joven muchacho que viaja a Atenas para que Sócrates le enseñe. Pero lo único que hace Sócrates, según Menón, es problematizarse y problematizar a los demás. La palabra griega para esto es ἀπορείv (aporía), es decir, llegar a un camino sin salida. Lo propio de la filosofía y del filósofo es el ἀπορείv. Y este es el objetivo de nuestras sesiones, problematizarnos, hechizarnos, embrujarnos y encantarnos, tal y como Menón se siente frente a las enseñanzas de Sócrates. La filosofía nos problematiza, nos hechiza y por esto mismo no podemos prescindir de ella. El filósofo es una especie de brujo o hechicero, o dicho de otro modo, un extranjero.